Blogia

A.M.P.

Transformaciones

Nadie me vé. Soy invisible. Supongo que los años le van haciendo a una transparente. Cada tarde salgo a pasear pero lo hago sola. Mi Eduardo se fue hace 34 años. Mis hijos vienen a verme cada quince días. En realidad no les importo ni un pimiento lo que pasa es que algo han de decir cuando les preguntan por su madre... ¡Maldita hipocresia!. Hace unos años, el banco en el que estoy sentada no exisitía. La acera era estrecha y las cajas de fruta del colmado de Agustín ocupaban más de la mitad. Hoy la calle es más grande. Pasan más coches y han puesto un carril bici que mucha gente usa para correr o simplemente, andar sin desviarse. Lo que más me gusta, sin embargo, es el locutorio que ha ocupado el viejo local de Agustín. Los chicos que trabajan son muy majos, siempre me dicen: "buenos días señora Carmen" y yo les contesto: "buenos días majetes, buenos días". A veces incluso me ayudan con las bolsas... pero lo que más me gusta es esto: ver a la gente entrar alegre, ilusionada y luego verles salir con los ojos rojos de haber llorado. Ayer ví como Bibiana, mi vecina del 3ªA, se hacía una foto en frente de la puerta con un colombiano amigo suyo, los dos abrazados, sonrientes. Nunca me atrevería a preguntárselo pero me encantaría tener esa foto en mi mesilla.

 

Enviado por Charlie Brown.

Una historia verdadera

Ainhoa no tardó en decidir lo que quería. En realidad llevaba pensándolo mucho tiempo y había guardado el pensamiento en su cabeza todo el otoño esperando que aita le preguntara, justo como acababa de hacer.

- Yo lo que me quiero pedir es un hamster - le dijo a su padre.

Tuvo que disimular unos segundos haciendo que se lo pensaba por que los mayores para estas cosas son muy especiales. No debe quitárseles la ilusión así de golpe. Su padre sonrío complacido, después de todo no iba a ser muy caro y podría pactarse con el olentzero fácilmente...

Maider lo tuvo más complicado. Escuchó a su hermana pedirse un hamster y pensó con envidia que a ella no se le habría ocurrido sola. De hecho, no era consciente de que ya era el tiempo del olentzero. Así que cuando su padre le miró esperando su respuesta ella sí que tuvo que pensarlo concienzudamente unos segundos. De repente se le ocurrió el regalo perfecto y una sonrisa atravesó su cara instalándose con firmeza en sus ojos. Miró a su hermana y después a su padre y muy, pero que muy orgullosa dijo:

- Yo me pido poder tocar el hamster de Ainhoa siempre que quiera.

Ainhoa, sorprendida, fue a abrir la boca para protestar, al escuchar a Maider había sentido su intimidad agredida en cierta manera pero antes de poder expresar su queja, Aita recogió la propuesta de Maider con un apretón de manos y un guiño hacia su hija mayor que calló por que sabía que la ilusión de los muy pequeños era aun mayor que la de los padres. Tampoco iba a fastidiar las navidades a toda la familia. Además, el hamster iba a ser suyo igualmente y sería ella la que le daría de comer, le cambiaría la jaula y la que se encargaría de vigilar a Maider cuando sintiera el irresistible impulso de posar sus pequeñas manos sobre el roedor. Suspiró cuando su padre salió de la habitación y se dispuso a decidir que nombre poner al animal. Tenía que estar preparada, era su responsabilidad. Cogió un papel en blanco, se sentó en la alfombra y comenzó a pensar nombres.

Sin embargo, una semana después, cuando la lista de los nombres ya estaba en su séptima candidatura, Ainhoa decidió que ya no quería pedir un hamster al olentzero. Había visto un anuncio en la tele de un scalextric con muchas curvas por el que circulaban unos coches con luces de colores que le había echo sentir cosquillas en la tripa. Viéndolo se dio cuenta de que iba a ser más divertido tener aquel juego por que el hamster iba a darle demasiado trabajo. Ni siquiera estaba en casa y Maider ya preguntaba todos los días cuando vendría el olentzero con el hamster de Ainhoa así que tanta insistencia explícita a cerca de su regalo había conseguido enturbiar el deseo original de tener al animal, era como si ya no fuera nuevo. Contenta, segura de haber decidido correctamente, explicó a su padre que había cambiado de idea. Aita contestó:

- Está bien Ainhoa, ¿pero estás segura de que eso es lo que quieres?, ¿no volverás a cambiarlo?, mira que no podemos volver loco al Olentzero cada dos por tres ni estar enviándole cartas pidiéndole un regalo distinto cada semana.

Ainhoa confirmó a su padre el cambio de parecer sin darle demasiadas explicaciones y evitó el gesto de condescendencia que acudió a su rostro al escuchar por boca de aita la necesidad de no perturbar al Olentzero.

Nadie pensó en Maider. La pequeña escuchó perpleja pedirse el escalextric a su hermana y sintió una punzada en el estómago que dolió como cuando tenía que atravesar el pasillo de casa sola y a oscuras. Se había quedado sin regalo. No era justo, ¡¿y ahora que haría?!, ¿qué podría pedirse entonces?.

Voyeurs

Desenvolvernos en el mundo con una caracola en el pecho

Y en la piel...

Océanos de incertidumbre

SECRETOS

Llenos de ventanas

Llenos de puertas

Llenos de ojos

Millones de veces abiertos y cerrados.

 

Enviado por María Luján

La India en un instante

Cuentan que en este pueblo las vacas son el espíritu de la gente que murió, por eso las dejan vagar por las noches a sus anchas. Las calles durante el día son compartidas por el bullicio de las gentes y la tranquilidad de las vacas, bueno y algún perro sarnoso. Mientras las gentes van de acá para allá, las vacas, tumbadas en cualquier parte observan pacientes con esos ojos de agua profunda, tienen esa misma profundidad oceánica en sus miradas que las personas que me cruzo al caminar, esa mezcla de sabiduría, de paz y quizás nostalgia por algo que no comprendo. Esperan..., esperan a que el cielo se vuelva del color de sus ojos para abordar las avenidas vacías. Las escuchas acercarse, alejarse, se asoman a las calles como quién busca a alguien y noche tras noche siguen en su lenta hazaña de conquista...

 

Enviado por María Luján

Una despedida

Mis venas se contornean como los troncos de las encinas, los alcornoques, los robles, los olivos, me huele el pelo a higuera, la piel a tomillo y mis plantas de los pies se pegan al suelo con la savia pegajosa de las jaras. Mi pelo se riza como las vides deseosas de alcanzar el cielo y ver desde arriba la estepa dorada castellana, mi voz habla de grillos, del canto abrasador de las cigarras.

Y te miro.

Niña de pelo pajizo, amiga mía. Tú no hueles a higuera. Por eso te vas. Con las orquideas, los ficus, los pájaros de mil nombres, los millones de verdes. Por que perteneces a la tierra de las hojas grandes y yo al de las hojas pequeñas. Tu cuerpo está empapado de lluvia y ni todo el sol de mi tierra logró secarte, por eso te vas. Has venido como una epífita a conocer otras alturas, otras densidades, incapaz de quedarte en un sitio, como tú eres. Ojalá que el tiempo te demande un retorno, que las estaciones te traigan algún día y que como ellas te vayas, por que tú no hueles a higuera de hojas caducas y necesitas florecer cuando te plazca en la primavera eterna de tu casa.

 

Enviado por María Luján

Morir de amor

Con ella me siento capaz de sobrevivir a mi propia muerte. Respeto sus principios religiosos pero sin embargo no sé cuanto tiempo podré reprimir mis instintos. ¡ Me va a hacer perder la cabeza!

A duras penas he conseguido vencer al deseo y me he conformado con sentir que me quiere, aunque solo sea por dos noches o precisamente porque son dos noches y a la tercera tengo que empezar de cero para tratar de reconquistarla. Me esfuerzo por enamorarla. No existe compromiso, nada nos somete, no tenemos hijos, nuestros padres son autosuficientes, moramos en distintos hogares y no preguntamos dónde y con quién estuviste. Con ella me siento capaz de volar sin necesidad de desplegar las alas. Pero... soy un ser sexual y necesito el contacto físico. No puedo evitar explorar incesantemente el mapa de su cuerpo, me fascina el suave movimiento rotatorio de su cuello, su estilizado tórax, su carácter distinguido y su firme abdomen. He sido testigo de su hemimetábolo, he visto su veloz metamorfosis de preciosa ninfa, que vestía chillones colores y extravagantes diseños, hasta su elegante etapa adulta. He pasado muchas jornadas sin dormir, imaginándola como le gusta estar, acostada sobre la hierba, iluminada por el rostro de la luna como una Venus ante el espejo.

Hasta ahora he respetado sus dogmas de fé y no he sucumbido ante la concupiscencia. Siempre he querido ser un alma libre, pero no he tenido elección, el amor decidió por mi. He renunciado a todo por ella. He esperado todo este tiempo para demostrarle que ya no soy joven ni inmaduro y tengo la certeza de que seré un buen padre. 

Últimamente siento que me vigila, que me acecha con sus ojos grandes, sencillos y compuestos. Su nueva conducta me desconcierta a la par que me seduce.

Es finales de verano y principios de otoño y nos hemos citado en el parque. Camina descalza sobre el césped con el andar de puntillas que le caracteriza, como si de una bailarina se tratara. Viste un ceñido traje largo verde que le haría camuflarse en el follaje del parque de no ser porque hasta la luz ultravioleta parece sentirse atraída por su hermosa silueta. “Esta  noche vas a beber de mi cuerpo hasta embriagarte” me susurra al oído y hacemos el amor como si  mañana no existiera.

Con ella me siento capaz de sobrevivir a mi propia muerte. Respeto sus principios religiosos pero sin embargo no sé cuanto tiempo podré reprimir mis instintos. ¡ Me va a hacer perder la cabeza!

Tras el banquete, la mantis voló hacia las hojas del helecho.

 

Enviado por Sergio Manilva. 

El constructor de corazones

Fuera casi amanecía. Estaban los dos sentados en un sofá desvencijado que se hundia hacia dentro haciéndolos estar cerca sin tocarse. Él había buscado el album por todo el salón y ahora miraban las fotografías de sus trabajos. Ella pasaba las hojas con calma, observando detenidamente los dibujos, escudriñando los detalles, sin sentirse azuzada, queriendo saber. Llegó a una fotografía en la que aparecía un armatoste con ruedas de formas accidentadas. Parecía estar construido con diferentes tipos de metales, alguna de las piezas presentaba un aspecto oxidado en el papel. Él, adelantándose a su pregunta dijo: - Es un corazón. Es para cuando no tienes corazón. Así, cuando no tienes corazón puedes agarrar este y llevártelo rodando dónde sea. Ella sonrío a medias, fugazmente, no estuvo segura de que él la viese. Fue su forma de decirlo lo que le pareció acertado, dulce. Días después le vino a la mente la pregunta que tendría que haberle hecho tras su explicación: - "¿y nunca se te ha ocurrido inventar un artilugio para cuando se ha perdido la fé?". Tal vez ya se había caido en el hueco entre sus brazos.

Elementos

A Miguel siempre le gustó lo prohibido, lo transgresor. Hasta que un día, jugando con fuego, se quemo. 

Rosaura y Evaristo

Rosaura y Evaristo se conocieron en los pasillos de lacteos del Carrefour. Los dos agarraron al mismo tiempo un trozo de auténtico queso parmesano envasado al vacio del estante refrigerado donde un pequeño cartel rezaba: Delicatessen. Nada más tocarse los dedos los dos soltaron de golpe el trozo de queso y Rosaura, asustada, sintió la irrefrenable necesidad de salir corriendo pasillo abajo. Evaristo, sorprendido, salió corriendo detrás de ella después de recuperar el parmesano del suelo para ofrecérselo en exclusiva y disculparse por el desafortunado incidente. Mientras corría, pensó que esas cosas solo le sucedían a él por que siempre iba ensimismado. Por fín, al volver la esquina de las cremas hidratantes le dió alcance. En realidad Rosaura había parado detrás del estante de las lociones exfoliantes que estaban en oferta. Tenía el extraño hábito de salir corriendo cuando algo inesperado ocurría a su alrededor pero casi siempre le bastaban treinta o cuarenta metros para pararse y darse cuenta de lo ridiculo de su reacción, de que había vuelto a hacerlo, de que tendría que disimular inevitablemente cada vez que después de lanzarse a la carrera recuperaba el aliento y el sentido común.

Así que casi chocaron y quedaron uno enfrente del otro, mirándose de nuevo sorprendidos y extasiados por el sprint. Como todavia no podían hablar por el esfuerzo, se sonrieron. Él con la mano en el pecho, sintiendo como entraba el aire en sus pulmones, ella con las dos manos en las caderas ligeramente inclinada hacia delante. Gracias a aquel primer encontronazo, la primera vez que hicieron el amor no sintieron verguenza por que ya se habían visto las caras coloradas y sudorosas contraidas en gestos de desaforado agotamiento. Hubo otras muchas carreras, siempre era Rosaura la que salía corriendo primero, e invariablemente, Evaristo salía corriendo detrás de ella. A veces asustado por la propia reacción de su compañera, y otras, por hacerse cómplice de sus causas. Celebraban su amor inventando recetas en las que el queso parmesano era uno de los ingredientes esenciales del primer plato y podían contar cientos de divertidas anécdotas para aliñar aquellas veladas culinarias, recurriendo unicamente, a las carreras que Rosaura iniciaba repentinamente. Fueron felices mucho tiempo. Yo los conocí una noche que contaban una de aquellas historietas, acabé con dolor de tripa de reirme tanto.

Una gota de leche

Cuando Rinko Kawauchi era pequeña descubrió que no tenía sombra. Desde entonces no pudo tomarse casi nada en serio, lo único que llegó a inquietarla de vez en cuando era la mirada perdida de los bebés justo después de haber amamantado. Rinko pensaba que aquel brillo en la mirada de los pequeños extasiados se dirigía precisamente a esa sombra suya que a buen seguro estaría haciéndoles carantoñas o susurrándoles hermosas canciones de cuna. A veces, cuando Rinko era todavia una adolescente, antes de abrir los ojos de golpe por la mañana, miraba entre los espacios de sus pestañas para descubrir las lineas de luz que proyectaban las persianas en las paredes del cuarto.

De mayor se hizo fotógrafa, para capturar las sombras de las cosas. El día de su mayor satisfacción profesional fue aquel en que consiguió inmortalizar a un bebé con la mirada perdida en el techo y una gota de leche cayéndole por el moflete derecho. Aquel día sintió una felicidad pasmosa toda la tarde. Al volver a casa, después de revelar los carretes en blanco y negro, se topó en la esquina de su calle con una sombra asombrosamente parecida a la de su madre. Estaba sentada en el zaguán de una tienda que ya había echado el cierre y vaciaba los botellines de cerveza a una velocidad vertiginosa. Rinko olvidó sacar la cámara del bolso. Las piernas solo la sostuvieron lo que tardó en sonreir cortesmente para sentarse a celebrarlo y echar el primer trago.

El Ventilador

... Salí de casa con la bolsa de la basura maloliente, soy a veces
perezoso y suele suceder que hasta que la basura no es algo
maloliente no caigo en la cuenta de que toca sacarla del piso, y me
dirigí al contenedor sito a escasas decenas de metros del portal. Me
acercaba sin prisa y sin pensar en nada que recuerde cuando algo que
había al lado del contenedor robó mi atención. Era un ventilador
doméstico que descansaba de pie en el suelo, con el cable negro que
siempre muere en el enchufe dibujando varios bucles sobre la calle,
justo delante de mi. El enchufe quedaba recostado en una lata de
cerveza maltratada que dormía también en la calle. Era un ventilador
cualquiera con su rejilla y sus comandos bàsicos, de color corriente,
tan corriente que ni retuve. Sí retuve al momento algo que me
sorprendió gratamente, las aspas del ventilador giraban con brío
cantando con un ligero zumbido. Al instante tuve la sensación de
estar presenciando algo mágico. Alguna desconocida quimera estaba
haciendo funcionar el ventilador sin alimentación eléctrica alguna.
Maravilloso. Pensé al momento en lo bonito que es que sucedan cosas
sorprendentes que van a la contra de lo establecido y que le obligan
a uno a discutir sus comunes esquemas y prejuicios, aunque, como ese
día me sentía especialmente perezoso, no me tomé ni la molestia de
preguntarme cómo era realmente posible que el ventilador funcionase,
más cuando alguien ya había decidido que debía acabar en el
contenedor rodeado del montón de utensilios y desechos que tiramos
sin cuestionarnos la verdadera necesidad de ese acto. Me quedé unos
minutos plantado delante del ventilador, con la mirada fijada en el
movimiento continuo y regular de sus aspas y sin oir nada más que ese
ligero e incesante zumbido, pocos minutos o varios minutos, poco
importa, hasta que el malolor que desprendía la bolsa de basura que
seguía sujetando con mi mano derecha, entró en mi nariz... ese olor
que alguna brisa debió empujar... ese olor que al despertarme hizo
que cayese en la cuenta de que realmente había una brisa empujándolo,
una brisa que no era una simple brisa, era una brisa que conseguía
también mover con mucha alegría las miles de hojas de los enormes y
centenarios plátanos que hay a lo largo del paseo que limita la calle
donde vivo, definitivamente una brisa que, sin pedirle permiso pero
seguro que con el beneplàcito del ventilador, animaba sus aspas
consiguiendo que se moviesen de manera contínua y regular, con un
ligero e incesante zumbido, a pesar de que su enchufe estaba
recostado en la maltratada lata, muy lejos de cualquier toma... El
día en que deje de sorprenderme por cosas como un ventilador
funcionando a su aire, me habré convertido en un ser permanentemente
perezoso. Acabo añadiendo que cuando la brisa delató la quimera me
quedé aun un minuto más mirando el ventilador, esperando con mucho
deseo que la misma brisa consiguiese levantar su vuelo hasta el
infinito, pero eso, muy a mi pesar, no sucedió mientras miraba y
acabé regresando... Eso si, si algún día veis un ventilador volando
por el cielo y arrastrando su cable a modo de cola de cometa, ya
sabeis de donde viene.
 
Enviado por X. Plana

El banquete

A Pedro Lisboa le gustaba contar historias. Todo el pueblo le escuchaba, aunque a veces no entendieran sus relatos, aunque les produjera un cierto desasosiego el no saber si eran ciertos o inventados, cuando Pedro hablaba siempre había una buena razón para atenderle.

Un día, en el banquete atiborrado y alegre de una boda, alguien le gritó:

-¡Venga Pedro, di algo!

Todos se giraron, divertidos, hacia el hombre que miraba distraído cómo se deshacía el humo de su cigarro. Éste apuró su copa, carraspeó ligeramente y comenzó:

-Una vez, no muy lejos de aquí, conocí a una mujer, vamos a llamarla "A". Esta mujer había tenido varios amantes. A algunos los quiso y a otros no. Un buen día llegó a su pueblo un hombre, al que llamaremos "B". "A" estaba realmente intrigada con el forastero, y se empeñó en llamar su atención. Como os habréis imaginado, y para saltarnos la parte menos interesante de esta historia, "A" y "B" se juntaron en una ecuación. Se juraron un montón de cosas, se dieron mil atenciones y se regalaron flores. Así fueron pasando los años, cuando una mañana...

Pedro Lisboa hizo una de esas pausas que tanto le gustaban. Los comensales se miraron inquietos. El hombre le dio otra calada a su cigarro y dejó que el humo se le escapara entre los dientes. Todo el banquete esperaba a que continuara.

-Aquella mañana de domingo, lo recuerdo perfectamente porque estas cosas no se olvidan, "A" se despertó y comenzó a hablar en malayo.

La audiencia dio un respingo. Pedro les hizo un gesto para que se contuvieran y prosiguió así:

-Yo mismo lo escuché; estaba por allí por razones que no vienen al caso. Pero eso no es todo: ¡"B" se despertó hablando en islandés! Mis compañeros marinos reconocieron las dos lenguas.

Estas palabras terminaron de exaltar a todos: unos reían, otros fruncían el ceño, casi todos lo tomaban por loco. Entonces alguien preguntó:

-¿Y qué hicieron?¿Se separaron?

Alguien añadió riéndose:

-¡No!¡Se fueron uno a Malasia y la otra a Finlandia!

Pedro Lisboa pidió que le rellenaran la copa. Y cuando hubo bebido, remató:

-No. Aún envejecen juntos. No se han dado cuenta de que ya no se entienden.

 

Enviado por Evaristo Pandeayer

Un domingo

Me lo había comido a besos. El domingo estaba ya en casa. Me había despedido de él. Pero me llamó. Y bajé. Y nos devoramos. Mientras, mi marido husmeo en el móvil. Me descubrió. Luego, vinieron las preguntas, y sobretodo, un orgullo herido. Al final todo es orgullo. La traición es una puñalada en el orgullo. La infidelidad es una puñalada en el orgullo. Nada más. Y hablamos y hablamos y a esperar que el tiempo diga. El orgullo no es una herida que cicatrice. Y mi hija no pregunta nada. Está más callada que de costumbre. Mira como si nos viera perdidos. No va muy equivocada.

Requiem por Nagasaki

“Estos tiempos no son buenos para nadie”- Las oyó murmurar mientras terminaba de soltar los amarres de las escotofías.
- Apa Ander ¿sales ya?- saludó Neguri acercándose hasta la barca por detrás de las mujeres.
- Antes de que baje otra vez la marea- contestó Ander sin levantar la vista y las manos de los amarres. Que sabrán estas- pensó- Hubo un tiempo en que podía cruzarse la ría caminando de toda la mierda que echaban las fábricas al agua y mira ahora, los japoneses construyendo apartamentos de lujo en la orilla…, por no hablar de lo otro
- ¿Neguri?- recordó levantando ligeramente la cabeza
- Dime primo
- Ayer ví una película asiática, el protagonista era actor de esos porno y no decía palabra
- Psss, ¿hasta dónde piensas ir hoy?- preguntó Neguri como si no le hubiera escuchado.
Eso era lo bueno de su primo Neguri- se dijo- es de las pocas personas que sabe que hablo en voz alta tirando las palabras
- Hasta Nagasaki, voy a coger rodaballo- respondió soltando el último amarre.
Segundos después comenzó a remar y enderezó el torso girándose hacia el muelle para dirigirse a su primo:
- Tabarretxe goyuela lamiako leyoa aetrabarroa indautxu.
Su cabeza había saltado de órbita, de repente giraba demasiado rápido. Ander no encontraba las palabras que se había dispuesto a decir, la vista se le nubló y en aquel mismo instante no supo si se dirigía ría arriba o ría abajo. La última vez que había ido al médico, hacia ya años, este le había dicho – cuidate esa tensión Ander. Pero ¡¿qué era la vida sin anchoas, txiquitos y bacalao?!. Sacudiendo la cabeza dos segundos después, enfiló la pequeña barca aguas adentro y vio que Neguri lo miraba con un gesto divertido. El Agur se escurrió de sus labios en un suspiro resignado, acostumbrado como estaba a aquellos breves episodios de falta de riego. Pronto, la barca estaba cortando el agua con suavidad dividiendo la ría en dos mitades ondulantes. Le reconfortó pensar que se dirigía a Nagasaki, la pequeña cala cerca de la desembocadura que bautizó con aquel nombre después de haber visto a una niña japonesa con padres occidentales. Aquel día recordó los diez años que había pasado en la ciudad costera japonesa trabajando en las primeras fábricas bacaladeras de Asia y pensó que el mundo estaba dando la vuelta misteriosamente.
- Voy a coger un rodaballo como los de entonces- dijo en voz alta evocando los atardeceres de las playas de Nagasaki cuando pescaba desde la misma barca de mimbre dónde dormía con el resto de los compañeros -Voy a llevárselo a Irene, esa mujer tiene manos de asiática cocinando el pescao. Eso sí, antes me paso con Neguri a por un vino – concluyó satisfecho.
Un rato más tarde, anclado ya al otro lado del mundo y sentado en el pescante sonrió acordándose de la película de la noche anterior e imaginando el vino y la cena con su mujer, que a parte de manos asiáticas para cocinar el pescao también las tenía igual de habilidosas para otros menesteres conyugales. Neguri esperaría el regreso de Ander sentado en la misma naisa del muelle en el que este le encontraba expectante cada vez que regresaba del mar desde hacía años ¡¿qué has traído?, ¿qué has traído? Le gritaría nada más verle doblar la esquina del puerto. Aquella escena solo se había visto alterada los días de atentados. Esos días Neguri permanecia sentado en la escotofía sin moverse y Ander sabía ya,  antes de llegar al muelle, que había habido muertos. De improviso tuvo que poner atención en el sedal, el hilo le hacia una marca roja en la palma de la mano y se vió obligado a echar todo el peso de su cuerpo hacia atrás. – ¡Zatoz nirekin txapelduna!- exclamó.

C.

Descalza. Empujando un carro con una bolsa de trapo cuatro veces más grande que ella, recorre las calles al anochecer. Tiene que darse prisa o llegará antes el camión de la basura. Para ella, la pobreza nunca fue bella. Hace ya un par de años que no sueña con nada. Se hizo grande de golpe.

Lucas

Lucas es incapaz de levantarse. Necesita ayuda, cree que necesita ayuda, porque no consigue enviar a sus piernas la orden necesaria. Se abandona. Se queda quieto, con la espalda apoyada en la pared fría de cemento. La pared es gris, piensa. No la puedo ver, pero sé que es gris, su temperatura es gris y su color es gris. Siente las pequeñas irregularidades de la pared en su piel, rebasando la camisa. Ojalá pudierá él agrietar a la pared, y no al revés: apoyarse en ella y tumbarla con su simple peso.

Lucas está herido de muerte. Eso él no lo sabe.

Una vez quiso tener un gato blanco. Su madre, aficionada a la brujería y a sortilegios de ocultismo, le prohibió que en casa entrase animal alguno que no fuese negro o, en su defecto, oscuro. Seguramente por eso una vez quiso tener un gato blanco. Y seguramente para Lucas ese gato no era un gato, sino un símbolo de libertad, de una pureza que nunca conoció. La pureza, piensa ahora inmerso en la confusión de la sangre, es imposible. Nadie llega a ella, solo los locos, y no todos. Yo estoy completamente loco y no sé ni a qué se parece. Miento, se parece a un gato blanco.

Es noche cerrada. Se enciende una luz verdosa en una ventana del tercer piso del alto edificio de enfrente. Unos dedos hábiles corren levemente la cortina, le siguen los ojos grandes de alguien. Una muchacha abre finalmente la ventana y se asoma. Saca medio cuerpo. Lucas intenta concretar la dimensión de sus pechos. Viste un camisón de tela gruesa,y no alcanza a distinguir los pezones. El tamaño en todo caso es mediano, tirando a escaso. Lucas prefiere las mujeres de pechos grandes, no desproporcionadamente grandes, solo grandes. Seguramente por eso cierra los ojos y se hace el dormido. La muchacha cierra la ventana y enciende el televisor.

...las estrellan brillan débiles en el firmamento, mientras tanto se hace de día...

Lucas despierta cuando el sol del amanecer le golpea en los ojos. Abrazada a sus tobillos una chica de ojos grandes le mira fijamente. Sonríe e inclina la mirada. Lucas vomita sangre, pero ella sigue sonriéndole con los párpados empapados. Un lágrima roja cae.

Siente una punzada definitiva en el costado, busca con su mano ese lado, palpa la barra, y se retuerce. La muchacha se yergue y le abraza con angustia. Lucas le susurra entonces una canción al oído. Su voz se apaga, pero siente la irrefrenable determinación de explicarle a una extraña lo único que sabe con certeza: no hay más allá de aquí, aquí está todo, en mi cuerpo, en tu cuerpo, cabe todo, no hay más allá, dentro de cada uno de nosotros está todo lo que somos, lo de fuera es mentira, una ilusión de luces, de colores, de figuras, somos mucho más que lo que sentimos de nosotros mismos, mucho más que lo que nos rodea, dentro somos todo, pero no acertamos a comprenderlo hasta que llegamos al borde de las cosas, yo tengo que morir para saberlo, tú lo sabes ahora de mi boca, no mires fuera, fuera no hay nada, recuerda, todo está dentro de ti, las flores, los paisajes, todo, el amor es falso, si no es dentro, las palabras no significan nada si no las escuchas dentro, los pájaros, las lámparas, todo, los demás están dentro de ti, y tú estás dentro de ellos, ese es el secreto, pero no puedes decírselo a nadie.

Sus manos caen. Otra boca besa sus labios inertes. Cubre con su camison el cuerpo del difunto y, descalza, camina hasta una playa donde bañarse desnuda. 

Enviado por Ideante.

Cubo

A veces me siento como un cubo rubik. Empiezo a dar vueltas y ya no sé volver al punto original.

Sábado

Once de la mañana, top de ganchillo y pamela de color chocolate. Doce menos cuarto, tejanos con pedrería y strass bordado en el lateral de las perneras, un maxi bolso cobre. Una y diez, diadema modelo Sissi y pendientes charme. Dos de la tarde, twin set de rayas marineras y camiseta con escote imperio. Cuatro y cuarto, triquini de luxe con print de zebra. Cinco y media, falda lady con cinturón, minifalda de inspiración retro color vainilla, short jean, chaqueta de doble botonadura con galones en los hombros. Seis y veinte, trench estampado de florecitas, bandolera de cuero. Siete y diez, minivestido babydoll con encaje en las mangas, gafas oversize y maxi plataformas de esparto. Ocho menos cuarto, t-shirt de estilo deportivo, bailarinas plateadas. Ocho y media, caftán naranja. Nueve menos veinte, una inusitada sensación de no ser nadie.

enviado por Pilot BCN

La bella dormida

Las banderas ondeaban victoria cuando salió de su abarrotado palacio. Una multitud en pleno fervor etílico aclamaba al príncipe Vlad, que se dirigía a una batalla épica con el dragón del castillo de Narcolepsia. Habían estado tres días y tres noches celebrando la partida del heredero al trono, que iba a encontrar por fin una mujer digna para la corte. Atrás quedaban esas lascivas señoritas que tanto placer supieron arrancarle en esas largas noches de solterío. Todo el pueblo, nublado de vino y aguardiente, parecía dispuesto a olvidar las últimas escaramuzas del príncipe Vlad y hasta las últimas subidas de impuestos. Mostrando un nuevo hálito de su tan relamido vasallaje extendían sus estandartes al ritmo de las trompetas reales.  El príncipe Vlad partía solo –como suelen hacer los tipos duros en los cuentos–, con un caballo por montura y la cabeza llena de pájaros. Llevaba ya unos días con un nudo en el estómago. Por fin conocería a la mujer de su vida, esa princesa inmaculada de azul latir que le esperaba desde lustros atrás durmiendo en la alcoba de la torre más alta de la lúgubre fortaleza de Narcolepsia, custodiada por un malvado dragón negro. Una mujer –dicho sea de paso– que le daría hijos legítimos, de una sangre más pura y una casta más noble que todos esos bastardos con los que le atormentaban día tras día sus rameras.  Se decía que Penélope, su princesa, tenía los cabellos con aromas afrutados, un pálido cutis sin cicatrices y el aspecto de una muchacha veinteañera con clase, con vestidos caros y las manos frágiles que da Nuestro Señor a los seres ociosos. Para Vlad era más que suficiente. En realidad cualquiera le valía, con tal de legitimar su ascenso al trono y hacer borrón y cuenta nueva sobre sus amoríos de cara a la opinión pública. Demasiados eran los rumores que habían atravesado los gruesos muros de su palacio... Y si encima la muchacha era guapa y virtuosa, más no se podía pedir. Además el dragón, al contrario de lo que el populacho creía, era poco más que un lagarto. Según sus informadores, nada debía temer de esa bestia inofensiva. Y el príncipe, como todo gobernante que se precie, había aprendido esgrima y artes de combate de los mejores maestros. No podía fallar, no se lo podía permitir. La felicidad bailaba distraída en la palma de su mano, y sólo le quedaba cerrar el puño con fuerza para que no se le escapase.  El castillo quedaba lejos de sus dominios, pero también eso se había tenido en cuenta. Sus siervos le habían preparado una modesta cabaña para cada noche que tuviera que pasar fuera de palacio. Allí, un cocinero, una ama de llaves y una meretriz velaban cada noche para que su estancia fuera lo más confortable posible. Él era un noble de verdad y no iba a rebajarse a dormir en el suelo al lado de su caballo, como los buenos guiones exigen. Y desde luego nunca se le habría pasado por la cabeza entrar a una cocina con la intención de manufactuar alimentos. Eso lo dejaba para los héroes plebeyos de segunda como Robin Hood o Guillermo Tell.  Así transcurrió una semana en el más modesto de los lujos, hasta que vislumbró la torre del castillo de Narcolepsia. El príncipe sintió un enorme placer cuando se supo cerca de su objetivo y esa noche, la última antes de ver a su amada Penélope, no pudo dormir. Le costó comer, e inclusó le representó un esfuerzo satisfacer sus instintos con esa joven e inexperta meretriz. Pero no podía llegar en malas condiciones a su cita con el destino...  A la mañana siguiente el príncipe alcanzó Narcolepsia. Sus piernas temblaban y su rostro estaba pálido por el miedo y la emoción. Era plenamente consciente de que su futuro se decidiría ese día, y notaba un cierto vértigo por el peso de las circunstancias. Pero se sentía fuerte. Así que se acercó en a la fortaleza en silencio, precabido, para ver como andaban las cosas por allí. Grande fue su sorpresa cuando encontró al dragón  tumbado ante la entrada de unas puertas abiertas de par a par. Se trataba de un reptil grande, más o menos como un cocodrilo, con escamas negras y una especie de corona de púas en la cabeza que le daba un cierto aire de nobleza.  Vlad se agazapó y andando sigilosamente se acercó a su presa. Cuando le tuvo cerca, se percató de que tenía los ojos cerrados y no se movía. Fue cubriendo, pasito a pasito, el camino que le separaba de su enemigo, hasta colocarse justo por encima suyo. Entonces desenvainó ágilmente su espada y la clavó de una sola estocada en el corazón de la bestia. Un breve aullido anunció su muerte, y un río de sangre oscura como el Infierno brotó de la herida y manchó las puertas de Narcolepsia.   El príncipe suspiró de victoria, sorprendido ante el repentino e inesperado éxito de su misión, y entró en el palacio vociferando el nombre de su futura amada. Pero nadie respondió a su llamada. Corrió habitación tras habitación, hasta que encontró una escalera de caracol que llevaba a la parte superior de la torre más alta del castillo. Subió de dos en dos los peldaños, hasta que llegó al último piso. Allí vislumbró una puerta dorada con la enseña de la corona de Narcolepsia. Se notaba que los reyes habían cuidado con esmero todos los detalles para que el despertar de su hija fuera lo más confortable posible. El príncipe Vlad ni siquiera reparaba en esos detalles. Estaba demasiado concentrado en su propio regocijo, y entró corriendo a los aposentos empujado por el destino.  La estancia estaba ornamentada fastuosamente, con todo el lujo y exquisitez que una aristocracia en declive se esfuerza en demostrar. En el centro vio una enorme cama. Una enorme cama vacía. Dio unas cuantas vueltas y luego recorrió la habitación gritando nuevamente el nombre de su amada, pero el silencio parecía mofarse de él. Entró en el lavabo, en el tocador y hasta abrió los armarios y los cajones de la mesita de noche. No entendía nada. La princesa tenía que estar allí. Así lo había previsto y así tenía que ser. ¿Qué había fallado? Sus informadores recibirían un buen escarmiento. Esto no iba a quedar así. Se tumbó un momento en la cama y debajo de una almohada encontró una nota con el sello de la familia real. Vlad leyó el escrito, se acurrucó en la cama y lloró.   

“Me cansé de esperar. Vida no hay más que una.” Penélope. 

Ajena a la escena, en la puerta del palacio, una enorme bestia negra de grandes alas y fuego en los colmillos lloraba la muerte del más joven de sus vástagos. La venganza no siempre es un plato que se sirva frío. 

Enviado por Lilith, La Luna Negra.

Un viernes

Hace unas semanas soñé con el. En el sueño me lo comía entero. No hace ni un año que trabaja conmigo pero ya no concibo el trabajo sin él. El viernes me lo comí a besos. Ya había salido el sol. Me tuve que ir a casa con mi marido y mi hija. Lo peor es que no se cuando lo volveré a ver.