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A.M.P.

Requiem por Nagasaki

“Estos tiempos no son buenos para nadie”- Las oyó murmurar mientras terminaba de soltar los amarres de las escotofías.
- Apa Ander ¿sales ya?- saludó Neguri acercándose hasta la barca por detrás de las mujeres.
- Antes de que baje otra vez la marea- contestó Ander sin levantar la vista y las manos de los amarres. Que sabrán estas- pensó- Hubo un tiempo en que podía cruzarse la ría caminando de toda la mierda que echaban las fábricas al agua y mira ahora, los japoneses construyendo apartamentos de lujo en la orilla…, por no hablar de lo otro
- ¿Neguri?- recordó levantando ligeramente la cabeza
- Dime primo
- Ayer ví una película asiática, el protagonista era actor de esos porno y no decía palabra
- Psss, ¿hasta dónde piensas ir hoy?- preguntó Neguri como si no le hubiera escuchado.
Eso era lo bueno de su primo Neguri- se dijo- es de las pocas personas que sabe que hablo en voz alta tirando las palabras
- Hasta Nagasaki, voy a coger rodaballo- respondió soltando el último amarre.
Segundos después comenzó a remar y enderezó el torso girándose hacia el muelle para dirigirse a su primo:
- Tabarretxe goyuela lamiako leyoa aetrabarroa indautxu.
Su cabeza había saltado de órbita, de repente giraba demasiado rápido. Ander no encontraba las palabras que se había dispuesto a decir, la vista se le nubló y en aquel mismo instante no supo si se dirigía ría arriba o ría abajo. La última vez que había ido al médico, hacia ya años, este le había dicho – cuidate esa tensión Ander. Pero ¡¿qué era la vida sin anchoas, txiquitos y bacalao?!. Sacudiendo la cabeza dos segundos después, enfiló la pequeña barca aguas adentro y vio que Neguri lo miraba con un gesto divertido. El Agur se escurrió de sus labios en un suspiro resignado, acostumbrado como estaba a aquellos breves episodios de falta de riego. Pronto, la barca estaba cortando el agua con suavidad dividiendo la ría en dos mitades ondulantes. Le reconfortó pensar que se dirigía a Nagasaki, la pequeña cala cerca de la desembocadura que bautizó con aquel nombre después de haber visto a una niña japonesa con padres occidentales. Aquel día recordó los diez años que había pasado en la ciudad costera japonesa trabajando en las primeras fábricas bacaladeras de Asia y pensó que el mundo estaba dando la vuelta misteriosamente.
- Voy a coger un rodaballo como los de entonces- dijo en voz alta evocando los atardeceres de las playas de Nagasaki cuando pescaba desde la misma barca de mimbre dónde dormía con el resto de los compañeros -Voy a llevárselo a Irene, esa mujer tiene manos de asiática cocinando el pescao. Eso sí, antes me paso con Neguri a por un vino – concluyó satisfecho.
Un rato más tarde, anclado ya al otro lado del mundo y sentado en el pescante sonrió acordándose de la película de la noche anterior e imaginando el vino y la cena con su mujer, que a parte de manos asiáticas para cocinar el pescao también las tenía igual de habilidosas para otros menesteres conyugales. Neguri esperaría el regreso de Ander sentado en la misma naisa del muelle en el que este le encontraba expectante cada vez que regresaba del mar desde hacía años ¡¿qué has traído?, ¿qué has traído? Le gritaría nada más verle doblar la esquina del puerto. Aquella escena solo se había visto alterada los días de atentados. Esos días Neguri permanecia sentado en la escotofía sin moverse y Ander sabía ya,  antes de llegar al muelle, que había habido muertos. De improviso tuvo que poner atención en el sedal, el hilo le hacia una marca roja en la palma de la mano y se vió obligado a echar todo el peso de su cuerpo hacia atrás. – ¡Zatoz nirekin txapelduna!- exclamó.

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