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A.M.P.

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 Hoy me he puesto la corbata burdeos. He probado cuatro colores diferentes antes de decidirme. Después he tenido que hacerme cinco veces el nudo. Odio cuando me queda torcido en el cuello o alguno de sus extremos es ligeramente más largo que el otro. Siempre tengo que deshacerlo y volver a empezar de cero pero creo que estoy mejorando. Ahora consigo salir de casa a las 7:43hrs y eso quiere decir que desayuno, me ducho y me visto en 38 minutos. Dentro de poco serán 30, tengo que solucionar el tema de las corbatas. Me afeito uno de cada dos días y me corto las uñas cada semana, los domingos, viendo el partido de liga. Cada noche, antes de acostarme, dejo bien brillantes los zapatos, uno al lado del otro, con los calcetines todavía sin desenrollar hechos una bola dentro del derecho. Todo es importante, cada gesto que preveo y al que puedo arañar unos segundos de sueño me da más margen para quedarme en la cama, en el lado izquierdo. Aun no puedo estirarme del todo, siento cierto reparo. A veces, cuando me estoy durmiendo, pienso que quizás me despierte oyéndole entrar en casa, con esa tos suya del último cigarro en el pub de abajo. Y si es así quiero que no me encuentre despanzurrado, que no vea desorden, que no crea que el caos se ha adueñado de mi vida desde que decidió dejarme. Ceno todos los días fuera para no tener que fregar los platos. Camino del trabajo dejo la chaqueta perfectamente doblada en el asiento de atrás del coche, justo a mi espalda, dónde llevábamos a Álvaro, para que no se arrugue.

Esta mañana, cuando he llegado a la oficina, el jefe me estaba esperando para comunicarme que vamos a ir a unas jornadas de multiaventura a la Sierra de Gredos, con todos los compañeros del departamento, para conocernos más y tener mejor relación en el trabajo. Se me ha hecho un nudo en la garganta y he empezado a sudar como un pollo pero he recordado respirar como él me enseñó para evitar manchar el cuello de la camisa con los goterones que estaban empezando a resbalarme cuello abajo. Luego no hay forma de quitar esas manchas. Creo que voy a dejarlo, el trabajo, me he pasado toda la tarde vaciando el armario para ver que ropa tengo y apenas he encontrado dos pantalones de campo que se debieron quedar aquí con las prisas. Lo malo es lo de los quince días de aviso previo, si me voy ahora me quedo sin finiquito y el alquiler se me viene abajo. Tendré que marcharme también del piso y eso no puede ser por que lo mismo todavía vuelven, algún día. Mañana me pongo la azul de rayas y le digo a mi jefe que lo dejo. La chaqueta oscura le irá bien, aun tengo que planchar los pantalones. Quizás me vaya antes de terminar la jornada, total, si me voy a ir cuanto antes lo haga mejor será, debería levantarme ahora mismo y caminar hasta su despacho, además, así doy una vuelta por la ciudad y me despido de mis padres. Podría vender el coche e irme de viaje algún tiempo, muy lejos. Tan lejos que no me acuerde de las corbatas.

Mundos paralelos

Ge pasó un par de días en la montaña, cerca de un arroyo, viendo pasar lentamente el tiempo y las vacas. Mientras, Eme se hinchaba a cubatas y exhibía sus peculiares movimientos de baile en cuanto caía la noche. Ge y Eme, sólo amigos, pensaron un montón de tiempo el uno en el otro. Sólo amigos, sólo amigos, se iban repitiendo para sus adentros. Hay algo que no les acaba de cuadrar.  

Un cuento para Jan

Esto era una vez un joven león que había sido desterrado de su manada por desarrollar una excéntrica afición, jugaba al billar con los huesos de las cebras que devoraba. Este león, cuando estaba contento, sorprendido o intrigado por algo, siempre exclamaba:

-¡Caramba, carambolas!, estirando la ese de la segunda palabra.

Primero mordía, después masticaba y por último chupaba y relamía las vértebras de sus víctimas para dejarlas completamente limpias, con ese color mate del hueso sin la carne. Lo único que impedía a aquellas vértebras rodar como naranjas en una ladera eran tres salientes puntiagudos que el león había aprendido a machacar con las piedras. Desde ese momento, todo era diversión y parloteo. El león se había hecho varios palos con los que golpear aquellos huesos cilíndricos y organizaba partidas interminables contra si mismo cuando el sol empezaba a esconderse en la selva. Él mismo retransmitía los partidos a una audiencia inexistente. La única expectación que despertaban aquellas competiciones eran las miradas aburridas de una pequeña niña que vivía a decenas de metros del león. Una niña chiquitita, chiquitita cuya única posesión era un edredón echo de hojas y raíces que ella sola había aprendido a anudar con sus pequeñas manos a base de paciencia y de unas cuantas heridas en la piel cuando intentaba apretar con demasiada fuerza los vegetales. Ninguno de los dos hablaba con el otro pero ambos toleraban su mutua presencia. Uno por que soñaba con acercarse a aquella niña pequeñita para probar a darle un bocado algún día y la otra, por que a pesar de las actitudes egocéntricas del león, él era su única compañía y en el fondo le divertía verle perder en sus partidas de billar interminables. Se había acostumbrado a oírle decir extrañado, rascándose la cabeza con una de sus garras después de golpear una vértebra que no realizaba el giro deseado: - ¡Caramba, carambolas!.

El único problema de su distante convivencia venía con la oscuridad de la noche. Él, incapaz de resistir la cercanía del olor de ella, se aproximaba sigilosamente y pasaba horas merodeando a su alrededor al tiempo que de tanto en tanto, gruñía amenazante sin encontrar el valor suficiente para atacar. Le producía cierta angustia pensar que ella no estaría viva para mirar distraída sus partidas al día siguiente. Ella, aterrada, se escondía debajo del enorme edredón botánico y encogida debajo de este, solo lograba conciliar el sueño cuando empezaba a clarear el alba.

Una noche la niña ya no pudo más, tenía las manos llenas de heridas, en su afán por tejer un edredón cada vez más grande que disimulara la forma de su cuerpo en la oscuridad se había esforzado con demasiado ahínco intentando doblar unas ramas que resultaron espinosas y lacerantes. Oscurecía cuando se disponía a encontrar la postura más cómoda para acurrucarse y vio que el león comenzaba a acercarse dando pequeños rodeos, sin pensárselo dos veces le espetó:

- Oye tú, cobardica, ya está bien de estar ahí toda la noche dando la lata.

El león se paró en seco sobre sus patas y con un gruñido desafinado (le había pillado por sorpresa) contestó:

-¿Te diriges a mí?,

- Claro, ¿a quién va a ser listillo?- respondió ella - Estoy harta de que no me dejes dormir así que voy a ir al grano, he pensado que hoy podíamos hacer un trato, yo te doy mi edredón si tú me dejas en paz una noche.

El león no supo que decir. No esperaba que ella se atreviera a hablarle y menos aun que le hiciera una oferta semejante. Pareció cavilar durante unos segundos. Calculó la distancia que los separaba y se dijo que quizás, si dormía con el edredón de ella, podría deleitarse con su olor antes de hacerla suya más tarde. Y así, sin pensarlo demasiado, accedió al intercambio.

- Grrrr, de acuerdo- dijo- pero tú haces la guardia.

“Este en realidad está cagado de miedo”- pensó ella, al tiempo que sopesaba la contraoferta - vale… - confirmó – no quiero oír ni un gruñido. Y a continuación se alejó del edredón haciéndose a un lado. Entonces, el león, tímidamente pero dándose aires de fiera indomable se acercó al tapiz vegetal, lo olfateó y consiguió meterse debajo al tiempo que se estiraba desperezándose.

- ¡Caramba, carambolas!- se dijo a si mismo sorprendido al comprobar la suavidad de las ramas – Estoy agotado…- Las semifinales estaban a la vuelta de la esquina y era extenuante llevar todo el peso de la competición sobre su lomo. Tardó aproximadamente un minuto en quedarse profundamente dormido. La niña lo miró divertida y se tumbo boca arriba con las manos debajo de la cabeza a una prudente distancia. El cielo, cuajado de estrellas diminutas se le antojó por una vez mucho más hermoso que aquella amalgama de hojas, raíces y ramas.

-¡Por fin!- pensó – No sé cómo no se me ha ocurrido antes… – mañana le aplaudo cuando gane alguna partida, este lo único que necesita es una fan que le idolatre. Además, es gracioso - reflexionó- no parece nada amenazante cuando duerme – y se giró sobre su costado para contemplarle dormido bajo un cielo hilvanado de pequeñas luces. Después de agarrar uno de los palos de billar para tenerlo cerca por si acaso se durmió alegre, pensando que quizás podrían ser verdaderos amigos.

- ¡Caramba, carambolas! – se atrevió a decir imitando al león antes de cerrar los ojos – Estoy agotada... Y se durmió con una pequeña sonrisa en los labios. Tan pequeña, tan pequeña como su cuerpo diminuto.

 

Caminitos extraños

Nos mentíamos, y, así, seguíamos avanzando.

Breizh

Y entonces te despiertas y descubres que todo era mentira y que sí que te quiere, que siempre lo hizo, que jamás fuiste allí, que no lo hiciste por que por real que pudiera parecer todo fue un sueño... Te das cuenta y sonríes (¿qué más puedes hacer?), sonries por que queda mucho por hacer y por decir y por que de repente, al despertarte, te das cuenta de que todo fue una pesadilla y que ella en verdad te quiere, que siempre lo hizo...

Y quizá algún día aparezca delante de tu puerta mirando al suelo con timidez y verguenza, y tú la miras sin saber muy bien lo que está pasando por que ella sigue ahí plantada mirando al suelo sin decidirse a levantar su cabeza y a enseñarte sus ojos color cerveza ligeramente humedecidos...y... ¡dios mío!, de veras quieres decir algo, pero las palabras se aferran a tus cuerdas vocales como si su vida dependiera de ello...  Ella se empieza a mostrar inquieta por que se supone que tú deberías hacer o decir algo, pero su pelo es tan bonito cuando refleja la luz del sol que... Y entonces gira su cabeza en el momento en que tú ibas a abrir la boca para decir no sabes muy bien qué , pero en cierto modo eso ya lo cambia todo y no puedes más que levantarle la cara tirando de ella por la barbilla para mirarla mirándote sin saber qué hacer con la mueca de sus labios ... y entonces deslizas la mano apoyando tu palma en su mejilla, y, joder, piensas en cuanto tiempo has estado esperando este momento mientras ella cierra sus ojos y parece concentrarse en el contacto con tu mano manteniendo las suyas en los bolsillos de su pantalón de pana... Y cuando vas a abrazarla para decirle que siempre la esperaste te das cuenta de que estas solo, otra vez, ni siquiera su indiferencia te acompaña.

enviado por Luis Lopez Rey

Sartenazos

Me vi revisando todo lo que había hecho minutos antes, volviendo sobre mis pasos y descubriendo que había dejado notas con la hora exacta en la que había estado allí mismo.

Al asomarme a la cabina del camión -un camión de los 60, bajito y antiguo, aunque bien conservado- vi que había un policía junto a la puerta del conductor. No me hizo mucho caso y siguió tomando notas, pero sabía que me había visto perfectamente. Fue entonces cuando sentí la llamada de la responsabilidad. Me invadió una calma extraña y, a pesar de lo que eso suponía, decidí entregarme. Me dirigí al policía y le dije:

-Todo esto lo he hecho yo.

-Ya lo sabemos. No te preocupes. Ahora te interrogará mi compañera.

Me quedé de piedra. ¿Cómo puede ser que no hayan hecho nada para capturarme? Podría haberme escapado. O podría haber ido retirando notas, pruebas fundamentales para inculparme.

La agente era muy bella. Su pelo castaño no pegaba demasiado con el azul cielo del uniforme. Pero cuando entré en la furgoneta y nos sentamos, estaba tranquilo. Tenía la certeza de que iba a escucharme la chica castaña de mirada serena. No la agente de policía.

Me sorprendió, supongo que por ser la primera vez que entraba en una furgoneta así, que hubiera tanta luz. Luz natural, quiero decir. Era precioso.

Sus labios, diseñados con tiralíneas, se despegaron para preguntar qué había pasado. Y entonces, durante unos minutos, dejé de verla porque cerré los ojos.

-No recuerdo muy bien quién llegó antes. Éramos tres y empezamos a jugar un partido “dos contra uno” en el campo de tierra que hay ahí. Carlos Moyá, que iba conmigo, empezó sacando.

Yo era el que peor jugaba de los tres, pero al principio no se notaba demasiado. Porque somos iguales, al principio. Es con el paso del tiempo que nos vamos separando.

En fin, no recuerdo quién ganó el primer juego. Diría que nosotros porque Carlos estaba muy contento. Es un tío muy cachondo y ahora que ha descubierto que en la vida lo más importante es pasarlo bien, triunfes más o triunfes menos, jugar con él es como sentarte a ver el mar.

El segundo juego lo ganó el otro chico. No me acuerdo de su nombre pero debe de estar por aquí cerca. No ha pasado tanto rato desde entonces. Sí recuerdo que quedó cuarto en el último campeonato de España. Debía de tener mi edad, más o menos.

Cuando me tocó sacar a mí, quise golpear la bola con todas mis fuerzas. Hubo un tiempo en que mi saque era puro veneno. Desarrollé un estilo muy peculiar y, mediante un ritual, conseguía concentrar toda mi rabia. Pero cuando lancé la pelota al aire y apreté fuerte la mano para alzar el brazo... ¡Joder! ¡Pesaba mucho! Así fue como me di cuenta de que en la mano no tenía una raqueta, sino una sartén de hierro. ¡Y de las grandes! De esas que son hondas y van tan bien para hacer tortilla de patatas... De ésas gordas.

Carlos Moyá, intrigado ante mi gesto de incredulidad, se acercó y empezó a partirse el culo y a gritar como un loco. ¡Nunca me había pasado nada tan divertido!

Pero las risas duraron poco, por desgracia. Un Daewoo Matiz amarillo y otro coche, también pequeñito pero descapotable, de mucho mucho lujo y de una marca que no había visto en mi vida, por razones de exclusividad, supongo, se acercaron a la pista y empezaron a dar vueltas por ahí. Al no conducirlos nadie se convirtieron en el centro de atención. ¿Cómo puede ser que la gente siga distrayéndose con los trucos del Conche Fantástico?

Carlos Moyá puso cara de fastidio. Sabía perfectamente de quién se trataba y, de hecho, cuando lo nombró, también yo supe a quién se refería pero he olvidado su nombre por completo.

Seguimos jugando un rato. Nos lo estábamos pasando bien así que el asunto de los coches quedó en segundo plano. Pero cuando vi al descapotable acorralando a mi abuela, que estaba por ahí con un par de amigas, me puse a correr hacia él con la sartén en la mano. ¡La estaba acorralando entre la caja del camión y un carrito de golf! Tan concentrado estaba el coche en lo que estaba haciendo, que no me vio llegar. Pero yo, a medida que me acercaba, desataba más y más rabia. Hasta que llegué y, de una salto, me subí al capó.

Empecé a golpear la luna delantera a sartenazos. No se rompía porque estos cristales están hechos para resistir impactos de hasta 200 kilómetros por hora. Pero aún sin romperse, con alguna que otra marca, eso sí, el coche reaccionó y fue reculando poco a poco, dejando a mi abuela en paz.

Lo que pasa es que yo estaba ya muy cabreado y sentí que tenía que continuar, así que coloqué una chaqueta tejana encima de la chapa, para traspasarla fácilmente sin andarme con compasiones, y empecé a darle sartenazos. Me hubiera dado igual un palo de golf o un hacha, la verdad.

Llegado este punto del relato, empecé a llorar desconsoladamente. Al abrir los ojos la vi enseguida. Me estaba escuchando inmóvil, muy concentrada y sorprendida. Pero comprendió inmediatamente que necesitaba un abrazo. Y así fue. Precioso. Mojé su blusa con mis lágrimas y le dije que lo sentía.

-No te preocupes, respondió. Sigue contando. Estoy aquí para ayudarte.

-Mi rabia acabó por traspasar la chapa y empecé a distinguir astillas de aluminio. En cuestión de segundos tomé conciencia de lo que estaba haciendo, y decidí dejarlo. Soy muy racional, nunca habría hecho algo así. Pero aquel maldito coche removió mis sentimientos más profundos...

No recuerdo nada más. Debo de padecer una amnesia traumática, o algo así. Sí tengo, en cambio, la sensación de haber matado a alguien brutalmente. No puedo sacármela de la cabeza. Y con la chica castaña mirándome de esa forma, no sabía cómo sentirme. De hecho no sabía con quién estaba realmente. No sabía qué pensar...

-¿Cuántos años pueden caerme?

 

enviado por Carlos G. Cano

Te veo, me ves?

Han intercambiado muchas miradas. En ninguna se han encontrado. Una lástima.

La duda

Trazo una línea entre su cuerpo. La primera mitad la beso, la segunda la acaricio. Lo hago con una tiza naranja. No queda una más en la caja. Mi duda es si hacerme con otra.

Dentro de unos años

Volvía a casa. Día completo, día hecho. No sabía muy bien en qué pensar. Había recolectado varios periódicos que ahora esperaban una lectura entre sus manos. El tren iba repleto. Dia terminado. Había tenido suerte al encontrar un sitio donde sentarse. Siete vagones, dos pisos en cada uno y cientos de personas viajando juntas, del centro a la periferia. ¿A casa?. Ella al menos, volvía a casa. Como no quería leer sus periódicos alzaba la vista para conquistar la página en la que se concentraba la persona que tenía enfrente. Era una entrevista a una actriz que cantaba en un grupo de música. Pensó en la feroz atracción que muchos de sus amigos sentían por aquella mujer. Afinó su mirada para fijarse bien en la fotografía que acompañaba la entrevista. Lo que pensaría su vecina de viaje al sentir el murmullo de su mirada invasora desembarcó en su cabeza, la actriz y todos aquellos amigos enamorados quedaron abandonados. No dio tiempo a pensar más, la voz femenina anunció la próxima parada, la suya. Se levantó y se incorporó a la serpiente humana que, en el pasillo, esperaba paciente su turno hacia la salida. El tren seguía en marcha. Avanzó un par de puestos. Se apoyaba en los reposacabezas para vencer el suave traqueteo. La fila se detuvo. A su derecha, una mujer sentada leía un pequeño papel con una fecha impresa. La parada no llegaba, el traqueteo se mantenía. Era una hoja arrancada de una agenda. Un débil bolígrafo Bic había escrito unas cuantas frases en el papel. Dentro de unos años, si todavía sigo vivo te. La fila avanzaba, la hoja seguía abierta. Dentro de unos años, si todavía sigo vivo te llevaré...  La fila no dudaba, no permitía volver atrás. Ahora, la mujer que sujetaba el trozo de agenda se iba alejando. Se giró, la miró. Cerraba el pedazo de papel. En su revés se veía una inscripción, algo así como el destinatario. La mujer guardó la hoja en su bolso. El tren frenó, la fila se balanceó hacia delante. Volvió la vista. La mujer terminaba de cerrar su bolso, levantó la cabeza, ajustó sus negras gafas de sol y frunció su boca hacia la izquierda. Mientras, un hombre preguntaba en voz alta si esta era la parada más cercana al centro comercial. ¿Qué se mueve en la ciudad? 

enviado por M.F.E

Das Kind

-Eso no es una máquina del tiempo- dijo Stephan contemplando la caja de cartón en la que Franz acababa de dibujar tres botones rojos –Me vuelvo a mi cuarto.
-Tu tienes dos marcos con treinta y todo esto suman cuatro, te puedes llevar el celo y el papel dorado pero no la purpurina- explicó el bigote del kiosquero a la mano de extendida de Franz.
En el lugar de la purpurina unos polvos de maquillaje brillantes, de los que tanto abusaba su madre, cubrian las pantallas y parte de los bordes del sistema de adaptación cronológica. Las figuras espaciales doradas decoraban la carcasa. Una semana de frenético trabajo para la puerta corrediza y la corrección de las imprefectiones de la nave hicieron que Franz llegara a la conclusión de que había cometido un gran error al destinar parte de su presupuesto en un celo de adherencia caprichosa. Iría directo a la papelera.
El viaje de prueba lo hizo Walter. Berlín de 1812. Estuvo allí durante tres cuartos de hora y volvió entero salvo por un ojo que se le había caido. ¿Has mirado bien por el suelo? Preguntó su madre- Puedo coserle otro pero no van a quedar iguales.-Franz espero ansioso a que su mascota recuperara toda la visión dando círculos por la habitación con aire concentrado -¿por qué no vas a jugar con los Krammer?
Dos noches enteras sin pegar ojo. El asunto de la pérdida del organo ocular de Walter era inesperado y desafortunado. Trabajó más duro en los recortes dorados.
-¿Quieres salir de esa estupida caja?- dijo Stephan despertando a su hermano. Llegamos tarde a la Iglesia. Franz le dijo guten morgen hizo la cama, recogió los instrumentos del suelo y dejó todo preparado para el viaje definitivo que haría a la vuelta. Esa misma tarde aterrizaría en 1800. Caminó hasta la iglesia mirando al suelo y continuó mirando al suelo dentro de ella. Seguia preocupándole el tema de su integridad física.
De vuelta a casa le sudaban las manos. Miró a sus padres y a su hermano.
Subió pensativo las escaleras, tragó saliva y entró en su habitación.

Donde estaba la máquina había un ojo y donde estaba Walter no había nada.

enviado por E. Grauler

Beso-mundo

A veces un beso es un mundo. A veces un polvo no es nada.

enviado por M. Gonzalez

(Silencio)

Ya no hablo casi nunca, si hablas, pierdes el contacto con la realidad. Cuanto más hablas más pierdes el contacto. Lo mejor es hacerse un ovillo o mirar el limpiaparabrisas del coche. Además, de un tiempo a esta parte me salen burbujas por la boca. Intento decir cualquier cosa, un monosílabo, para que nadie crea que me pasa algo y solo veo burbujas, unas burbujas enormes. Esta noche he soñado que me comía todos los peces del acuario, me dolía la tripa pero no sabía cómo explicarlo de modo que es mejor así. Ya no hablo casi nunca. Cuanto más hablas más te caes de tus pies para abajo.

 

¿Qué hiciste en los seminarios papá ?

Me gustaba mucho hacer la croqueta por los prados.
Reconozco, hija mia, que a esta actividad le dediqué muchisimo de mi tiempo.
Era tal el placer de rodar...
Imagina un mundo que gira y mezcla el verde con el azul.
E imagínalo en los Alpes.
No fui a una sola conferencia, no lo necesité.
Madrugaba todas las semanas siguiendo atentamente las predicciones meteorológicas.
Un verdadero placer de seminario.

Lo repetiría, sin dudarlo, una y otra vez.