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A.M.P.

Das Kind

-Eso no es una máquina del tiempo- dijo Stephan contemplando la caja de cartón en la que Franz acababa de dibujar tres botones rojos –Me vuelvo a mi cuarto.
-Tu tienes dos marcos con treinta y todo esto suman cuatro, te puedes llevar el celo y el papel dorado pero no la purpurina- explicó el bigote del kiosquero a la mano de extendida de Franz.
En el lugar de la purpurina unos polvos de maquillaje brillantes, de los que tanto abusaba su madre, cubrian las pantallas y parte de los bordes del sistema de adaptación cronológica. Las figuras espaciales doradas decoraban la carcasa. Una semana de frenético trabajo para la puerta corrediza y la corrección de las imprefectiones de la nave hicieron que Franz llegara a la conclusión de que había cometido un gran error al destinar parte de su presupuesto en un celo de adherencia caprichosa. Iría directo a la papelera.
El viaje de prueba lo hizo Walter. Berlín de 1812. Estuvo allí durante tres cuartos de hora y volvió entero salvo por un ojo que se le había caido. ¿Has mirado bien por el suelo? Preguntó su madre- Puedo coserle otro pero no van a quedar iguales.-Franz espero ansioso a que su mascota recuperara toda la visión dando círculos por la habitación con aire concentrado -¿por qué no vas a jugar con los Krammer?
Dos noches enteras sin pegar ojo. El asunto de la pérdida del organo ocular de Walter era inesperado y desafortunado. Trabajó más duro en los recortes dorados.
-¿Quieres salir de esa estupida caja?- dijo Stephan despertando a su hermano. Llegamos tarde a la Iglesia. Franz le dijo guten morgen hizo la cama, recogió los instrumentos del suelo y dejó todo preparado para el viaje definitivo que haría a la vuelta. Esa misma tarde aterrizaría en 1800. Caminó hasta la iglesia mirando al suelo y continuó mirando al suelo dentro de ella. Seguia preocupándole el tema de su integridad física.
De vuelta a casa le sudaban las manos. Miró a sus padres y a su hermano.
Subió pensativo las escaleras, tragó saliva y entró en su habitación.

Donde estaba la máquina había un ojo y donde estaba Walter no había nada.

enviado por E. Grauler

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